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lunes, 26 de diciembre de 2016

Columna de opinión

Para reflexionar... 


Queremos compartir con todos ustedes una columna de opinión realizada por una compañera. La misma prefiere conservar la identidad, sin embargo no queremos que pase desapercibida su reflexión sobre los tiempos que se manejan hoy en día. 

Esperemos que les guste y sobre todo los haga pensar...


Hoy es el día.

Dejemos que la vida nos sacuda

6:30: suena una rechinante melodía. Salir de la cama a duras penas, ingerir algún alimento de pasada e ir a trabajar o estudiar. Pasar las horas deseando irse, finalmente volver a casa. Realizar alguna de las esas tareas que siempre hay pendientes. Cenar, e irse a dormir. Repetir, una, otra, otra y otra vez…
Así de monótonas y grises se han convertido las vidas de la gran mayoría de las personas en este mundo. ¿Tiempo? No hay. El siglo XXI parece haber absorbido completamente este concepto. Ya nadie tiene tiempo. Nuestros días se han convertido en una inmensa lista de obligaciones a cumplir, una lista que nos aplasta hasta hundirnos en lo más profundo. ¿Es este verdaderamente el modo en que queremos vivir nuestras vidas? ¿Cuál es el fin de abocarnos a las obligaciones que prometen brindarnos un día la felicidad, si nunca nos permitimos serlo?

Actualmente el estilo de vida que han adaptado la gran mayoría de las sociedades en el mundo ejerce una presión sobrehumana sobre las personas. Miles y miles de asuntos inundan nuestros cerebros día a día, asuntos que conforman la promesa de un mejor futuro.

Desde pequeños entramos en esta carrera hacia la supuesta “felicidad”. En el ciclo escolar y liceal, los niños aprenden la importancia de ser responsable a fin de estar lo suficientemente preparados para la universidad. Una vez allí, el estudio se apodera de nuestras vidas con la promesa de brindarnos un buen trabajo y modo de vida cuando adultos. Pero al obtener ese poderoso título profesional, nos dedicamos a trabajar duro con el fin de ser exitosos y ganar dinero. Cuando queremos acordar, los últimos años de nuestras vidas se asoman y si miramos hacia atrás solo vemos un larguísimo camino de sacrificios y esfuerzos. ¿Son estos los recuerdos que queremos contarles a nuestros nietos?
            
       Las sociedades han establecido este modelo de vida y todas las personas deben acomodarse para encajar en él. Nos vemos forzados a dar todo lo que sea necesario para destacarse y así ser exitoso. Tal es la presión que estas exigencias ejercen sobre cada uno de nosotros que hoy en día el estrés parece haberse convertido en la enfermedad del siglo. No solo adultos, sino que jóvenes y hasta niños pequeños sufren de estrés. De hecho, curioseando pude enterarme de que un estudio de la Asociación Americana de Psicología demostró que personas entre 18 y 33 años, pertenecientes a la generación Millennial, son los más afectados por el estrés. ¿Impresionante no? Esa edad que pareciera ser tan prometedora, la juventud que tanto se aprecia y anhela se está convirtiendo en el momento de la vida con las mayores presiones y exigencias.
           
          A fin de poder alcanzar las altas expectativas, casi utópicas a mi parecer, que establece la sociedad, llenamos nuestros días de los miles de actividades necesarias. Claro que estas no siempre son odiosas, muchas veces implican aquello que nos apasiona. Sin embargo, al integrarlas en estas apagadas rutinas se ensucian de ese gusto tan amargo. ¿Lo peor de todo esto? Creemos que así podremos ser exitosos.
Hoy nos propongo poner pausa a lo que sea que invada nuestras mentes y preguntarnos a nosotros mismos ¿qué es el éxito?

Qué pregunta tan difícil ¿no? ¿Será que el éxito está más allá de rozar la vara de expectativas que establece la sociedad? Tal vez si dejamos un poco de lado todas estas exigencias que nos abruman somos capaces de encontrar verdaderamente en dónde se encuentra nuestro éxito. Mejor dicho, en que elementos, experiencias, sentimientos queremos hallarlo. Cada uno de nosotros podría encontrarlo en distintas formas. Pero sin duda, hay un elemento que nos será esencial para lograrlo: una mente positiva.

Solo nuestras mentes fijan los límites a los que nos enfrentamos. Permitiendo que la positividad invada nuestras ideas y sentimientos seremos capaces de vivir cada experiencia al máximo, e incluso disfrutar de aquello que parece una obligación. Con una mente positiva podremos llenar de risas, de alegrías, de momentos gratos nuestras rutinas diarias, y hasta contagiar a quienes nos rodean. Seremos capaces de encontrar hasta en las situaciones más grises rincones de luz que nos permitan enfrentarlas. Nuestras mentes son el elemento clave para poder llevar una buena calidad de vida, y depende solamente de nosotros cuidarla. 


Hoy es el día. No sigamos esperando que “algo” pase y lo modifique todo, nosotros mismos somos los únicos capaces producir un cambio. No dejemos que nuestras vidas fluyan con la corriente sin más. Vivamos nuestras rutinas con alegría y no olvidemos dejar tiempo para escapar y dejar que la vida nos sacuda. Alcancemos un equilibrio entre obligaciones y las experiencias que nos apasionan, y así podremos decir que gozamos de una magnífica calidad de vida.  

Anónimo

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